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el visionario ciego

Aquel raquítico tipo de gafas estaba poniéndome enfermo, hacía rato que había perdido el control, el y todos los que ocupaban la habitación, primero estaba Joel, aquel estudiante de intercambio que inundaba sus venas de heroína hasta que no entraba mas en aquellas minúsculas y deterioradas cavidades, estaba tirado en el suelo, pálido como una tiza, después estaba Julia, era de la vieja escuela, una buena chica, consumía anfetas y se había puesto hasta el culo de ellas, por no hablar de Alex, si el de las gafas, tenía tal subidón de vete a saber que, que yacía inconsciente en el suelo con una rata muerta metida en el ano… Por dios, ¿Cómo habíamos llegado a ese límite?, nadie tenía la respuesta, yo parecía el mas formal, estaba muy colocado de ácido, pero de ahí a meterte el cadáver de una rata por el mismísimo culo, hay un gran paso.

Cogí mi cerveza y salí de aquel absurdo cuarto. Al fondo podía oírse como Álvaro golpeaba su guitarra y acoplaba de una manera infernal, pero exquisita al mismo tiempo para los oídos, Álvaro tocaba en “the crabs” y estos estaban dando caña en el salón de la casa, todos estaban tan jodidamente puestos que seguramente les sería imposible escuchar lo que un buen directo les ofrecía. De camino al jardín, me iba chocando con todo lo que se cruzaba en mi camino, mesas, sillas, personas… Absolutamente todo.

Necesito aire fresco, el ambiente esta viciado. Al salir, unos leves rayos de luz penetraron en mi corneas, los chicos estaban afuera jugando con un carrito de la compra, el mismo que utilizaban los crabs para transportar su equipo. Aunque pareciese mentira, eran ya las ocho de la mañana, yo entraba a trabajar a las nueve y media, había perdido la noción del tiempo, necesito un café y ropa limpia. Mi curro no me exige una vestimenta elegante, despiezar el cuerpo sin vida de una vaca o un cerdo no requería una gran presencia, mi tío me había hecho el favor de darme un puesto como carnicero en una tienda del mercadillo del centro, diariamente, miraba a los ojos a todos esos animales a los cuales les habían arrebatado la vida y me ponía en su pellejo, ¿Qué vieron estos ojos antes de quitarles el “bonito” regalo de dios? Y yo estaba allí cortando orejas, pezuñas y costillas para empaquetarlas y sonreírle a los clientes, menudo trabajo de mierda, pero es lo que hay para salir del paso, de momento.

Pillé un taxi hasta mi casa, al llegar me tomé dos tazas de café solo casi seguidas, aun guardaba algo de cocaína en mi bolsillo, pero solo la usaría en caso de emergencia.

Me metí en la ducha, no podía parar de reírme solo bajo el agua, tenía fuerzas más que suficientes como para trabajar dos días seguidos, fuerzas mentales claro, porque mi cuerpo estaba hecho una mierda, sentía la pesadez de mis hombros como si mis extremidades superiores fuesen dos martillos neumáticos, la imagen de Alex y el roedor no se iba de mi cabeza, no me hacía sentir incomodo, carcajeaba recordándola, pero no sabía si todo lo vivido en aquel cumpleaños había sido real o ficticio, me vendría bien un archivador que separase ambas.

Al salir de la ducha empecé a experimentar con ridículos peinados, que al contemplarlos en el espejo solo me llevaban a la agonía y me quedaba embobado viendo como mi flequillo mojado caía lentamente hasta darme en los ojos.

Esto me supera, no puedo ir a trabajar así, metí la mano en el montículo de ropa sucio y saqué los pantalones que hace cinco minutos llevaba puestos, cogí lo poco que me quedaba de cocaína y me lo metí todo. Mis pupilas eran como dos enormes botones de un abrigo de lana gorda, se me podía ver en la cara que había estado de fiesta.

Esta vez, elegí el autobús como medio de transporte, no puedo coger un taxi dos veces seguidas en el mismo día, uno por que no me alcanza el dinero, y dos, por que tampoco me caen tan bien los taxistas, son como robots programados para mantener conversaciones insípidas sobre la vida y la muerte. Que les jodan a los taxistas.

Llegué justo a tiempo, las nueve y treinta y dos, mi tío aun no había llegado, lo cual era extraño, por que siempre abría quince minutos antes, ni uno más, ni uno menos. Al subir la verja, observé en el mostrador una nota, que decía tal cual:

-No podré venir en toda la mañana, Matilde ha roto aguas y estoy en el hospital, pórtate bien y cierra a tu hora.

Ni las gracias, ni un cuídate, nada, mi tío era uno de esos hombres secos, auténticos bebedores de whisky sudorosos hasta en invierno, pero eso si, un tipo serio para el trabajo y a partir de ahora con una sería responsabilidad, una boca más que alimentar.

En fin, encendí las luces y saqué unos cuantos pollos de la cámara refrigeradora, los lleve al mostrador y me puse a descuartizarlos. No tenía el control sobre el enorme cuchillo, asestaba cortes por doquier sin acertar los blancos que fijaba, iba a ser una mañana dura. Dejé los pollos mal cortados en el mostrador y me saqué un cigarro, me hacía falta una pequeña dosis de nicotina. Cuando saqué el mechero y fui a encenderlo, me di cuenta de que algo fallaba, de repente noté que algo caía sobre mi zapato, algo así como un PLOF. Miré al suelo, y vi unas enormes gotas de sangre en la puntera, cuando pensé en mover el pulgar, sentí que no podía hacerlo, me miré la mano temiéndome lo peor. Efectivamente, me había cortado un dedo, al ver la enorme herida y el hueso, empecé a marearme y a recibir amablemente el dolor en mis carnes. Me relié el delantal en la mano y salí de allí, en una situación normal, hubiese hasta gritado de dolor, pero es que tanta droga en mi cuerpo me había sedado por completo, no pude dar ni cuatro pasos sin desmayarme.

Al despertar, miré a mi alrededor, no había maquinas, ni olor a hospital, al revés, el sitio apestaba a porros y a sudor, miré al suelo, y vi a Joel moribundo, con ese blanco inmaculado que seguramente sería fruto de una sobredosis, Julia jugueteaba en la cama con un mechero como si fuese un avión, y Alex… Seguía con la rata metida por el culo. El corazón empezó a latirme más deprisa, y una gota de sudor frío bajo por mi frente, rápidamente, sin pensarlo, me miré las manos, por suerte, ni sangraba, ni me faltaba un dedo, todo había sido un sueño, o una premonición, no lo sé, no tengo respuesta para eso tampoco, cogí mi cerveza y me fui tan rápidamente de aquel chalet como pude, ni en broma se me va a ocurrir ir a trabajar hoy.

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