Mis manos estaban completamente despellejadas, sentía un incesante cosquilleo en las palmas, tenía como una mezcla entre erupciones con sangre y trozos en carne viva, el patín había salido disparado, yo una vez más estaba comiendo duro asfalto.
Era una larga cuesta, jamás pensé que tendría huevos de tirarme por ella, pero hoy le puse empeño al asunto y me lancé, con dos cojones.
Pero no voy a dármelas de machito, a decir verdad, nada más ponerme a ello las piernas me temblaban y los dientes chirriaban como castañuelas. Valiente gilipollas.
Me puse en pie, no se bien como, todo estaba turbio, era como si viviese en un vaso de agua y de repente echasen tinta roja. Me había raspado toda la barbilla, chorreaba sangre, estaba hecho un cristo. Cogí mi patín y subí la cuesta, a la mitad había un parque me metí en el con intención de limpiarme con alguna fuente. No sentía nada, mis manos no eran capaces de asimilar el tacto del agua templada, no eran las únicas que no podían sentir, mi barbilla tampoco era capaz, era como si me dejado inutilizadas ambas partes, por no mentar los rasguños que tenía en los antebrazos. Un cuadro ridículo digno de ser pintado. Un corrillo de ancianos y ancianas, comían pipas mientras comentaban cualquier cosa absurda de la tele, me miraban por el rabillo del ojo.
-Chiquillo, que te vas a matar, ¿que te ha pasado? Dijo una de ellas a la que le faltaba media dentadura.
-Nada señora, la vida, que está acabando conmigo… No sé si fue capaz de entenderme, porque pese a la lesión de la parte inferior de mi cara, no podía vocalizar con claridad.
Los viejos se quedaron estupefactos, no creo que estuviesen preparados para oír ese tipo de respuesta, a seguir comiendo pipas vejestorios, dejad de meteos en mi patética vida.
Por mucho que me limpiase, la sangre no paraba de brotar, algunos críos que jugaban a la pelota a mí alrededor se acercaron para ver la escena.
-¡Vuestra puta madre! ¡¿Me queréis dejar en paz?! Grité como pude.
Los niños pasaban del tema, se reían de mi,- Jodidos enanos, no hay otro a quien darle por culo, tiene que ser a mi…Ojala os pille un camión a todos cabrones. Dije entre dientes.
-¿Qué estás diciendo carajote?
El padre de lo uno de los críos me había escuchado blasfemar, era uno de esos típicos padres domingueros de bar, barrigudo, cuarentón, adicto al fútbol y a la cerveza.
-Coño, estoy intentando curarme las heridas, ¿Por qué no te los llevas de aquí?, estoy de mala hostia.
Esa contestación debió tocarle la moral al cabeza de familia, se acercó y me dio un empujón.
-Mira niñato, ya estas cogiendo tu patineta y te estás largando de aquí si no quieres que te reviente la cabeza.
La verdad, es que su amenaza no causó pavor en mí, estaba herido y cabreado, y tenía cosas más importantes por las que preocuparme.
-Venga, ya estás largándote piojoso.
Fue el colmo de los colmos, ya me habían tocado la polla lo suficiente, en menos que canta un gallo, alcé mi tabla y se la estampe contra su cara.
¡PUM! Un fuerte golpe, y calló mareado al suelo, instantáneamente, la cara de felicidad y mofa de los niños cambió, los viejos interrumpieron su rito de pipas, todo el mundo se quedó observándome aterrorizado, bebí un poco de agua, me quité la sangre y salí cagando leches de allí.
Me volví a tirar por la cuesta, esta vez no me temblaban las piernas, ni los dientes, la bajé zigzagueando para no coger demasiada velocidad, al bajarla, algún desgraciado con vehiculo no debió verme, y me atropelló.
Lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos y ver una habitación de hospital, tenía grapas y vendas por todo el cuerpo. Un medico le enseñaba a mi madre una radiografía de algo que podrían ser mis costillas, dos o tres fracturadas.
-Tú un día me matas de un susto. Dijo mi madre.
Miré a la ventana, y contemple hipnotizado a todos esos pájaros volando, sin preocupaciones, sin fracturas, sin patines, sin gordos tocapelotas…Sentí cierta envidia de no ser en ese preciso instante un jilguero.
Supongo que un mal día lo tiene cualquiera, pero es que siempre me toca a mí…
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